Córdoba







Si te adentras en sus profundas y blancas cavernas de cal, el olor a viejo y a pan recién hecho te envuelven como un liviano manto maternal. 
El calor de los reflejos del sol castigado al eterno destierro a penas rozan tu alma, mecida sin cesar por los vaivenes de tantos recuerdos infantiles.
Las calles blancas y sus recodos negros, las blancas flores de naranjo perfumándolo todo...
Viajan los pasos y el alma diez pasos por delante, volviendo la cara y con la mano llamándote, asomándose a las esquinas de columnas coronadas de capiteles romanos, visigodos y árabes....-

-Corre, corre...mira, mira...una gruta de cal, una de sombras tupidas y otra de sal. La una de limpia esperanza, la otra de flores blancas que abrazan al andar y la última y más íntima de lágrimas secas bajo la calima infernal.



¿Qué miradas ocultan tus ceñidas rejas de negro fundido en blanca cal?
 ¿Cuantos oscuros juegos, jamás contemplados encierra tu fortaleza de lunas y de albas?



La muerte, nunca mentada, está al acecho. Presiento lo que va a venir, y no me parece mal. No me da miedo, nunca he tenido miedo, y menos a lo que estamos hablando, comentó sacando otra vez esa media sonrisa picarona. Es un acabamiento y todo lo que empieza debe terminar, argumentó.

Una vez hecho todo lo debido, y mucho más, no debiera, pero reprocho al escritor la osadía de flaquear.

A veces,  tejidos los cielos de doradas tribulaciones...
Angostan la senda antaño embrujado pasaje del encanto...
Y lo más cotidiano, causa pavor...
Hasta que la increíble belleza de la sencillez, devuelva la calma perdida.