El hielo de los arrabales





De repente 
todo se ha hecho insoportable, 
la sombra y la luz, 
las montañas, 
los verdes valles...
Se hielan,
se hielan día a día y noche a noche
los ancianos y los infantes,
mientras que cada cual en su lecho se arropa
y se revuelve una y otra vez
para no acordarse.





Mariska Karto



El Sindiós ha llegado pisando fuerte a los que no tienen casa, y quemando con antorchas de remordimientos acallados a los cobardes; mientras el cielo nos contempla cabizbajo en este charco de sangre. 

Se hielan,
 se hielan cada noche,
 se hielan cada tarde; 
los cuerpecitos al viento
 y los corazones cobardes.


Quiero paz, pero no sé del camino; quieren pan, pero no sé de nadie que prefiera alimentar al pobre antes que ver al cerdo engordarse.
Más el cielo resplandece impúdico de belleza cada mañana y se oscurece soberbio al caer la tarde, las amapolas se mecen al viento dichosas y los niños al nacer saludan a sus madres.
Y el mundo gira sin contar los días ni los muertos, y la luna inmensa riela y riela sobre los transparentes lagos que del holocausto nada saben; y los enamorados, los enamorados se abrazan inconscientes, como si al mismo tiempo otros enamorados no yaciesen bajo el hielo frío de los arrabales.



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