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El prado de Proserpina

Esse Imaginaria



Tres hermanas Miner, Luci y Liber eran las que bendijeron aquella unión imbendecible, tres criaturas inquietas y juguetonas que llenaron el castillo y sus alrededores de risas e ilusiones casi imposibles. 



Jove, el señor del feudo, las contemplaba orgulloso y complacido, mas sólo la plácida y serena presencia de su esposa, la hermosa reina Cira, era capaz de amainar el fuego beligerante que desde niño ardiera en lo hondo de su pecho.

Las niñas crecieron apartadas de las oscuras intrigas de la corte, inmersas en sus juegos y pronto cada una de ellas, gracias a los desvelos de su madre y sus preceptores se convirtieron en hermosas y habilidosas mujeres. 
Miner, estudió todas las ramas del saber convirtiéndose en una joven de sabia hermosura, Luci prefirió rodearse de niños, llegando a ser considerada la mejor partera del reino, pero Liber, la mayor de todas, nunca gustó de ocupar sus días en otra tarea que corretear los prados floridos a cielo abierto, recogiendo hermosos manojos de flores en compañía de las ninfas del bosque. 

Era una joven de gran corazón incapaz de dañar con acto o pensamiento, y su habilidad era la serenidad y la dulzura, atractivos despreciados por los jóvenes nobles del reino. 

Desposaron pronto y ventajosamente sus dos hermanas menores tal como dictaba la tradición, no así ella, que despreocupada del amor continuaba cultivando su embriagadora ingenuidad.

Los monarcas, preocupados por esta circunstancia llamaron a los sabios de la corte que no supieron encontrar solución alguna al carácter contemplativo de la hija mayor y heredera del reino. Fue la reina quien al fin exigió una solución a Vunes, la hechicera de la corte. Esta urdió tal sortilegio que de inmediato aseguró que la joven estaría desposada en menos de una semana con noble varón.

Los monarcas se dieron por satisfechos y aguardaron expectantes los acontecimientos.  Al cuarto día, mientras Liber observaba embelesada el discurrir caprichoso de las mariposas de su amado prado, un oscuro ser surgió violentamente de las profundas entrañas de la tierra a la grupa de un enorme caballo negro, era el temido mago Volcano, dios de los avernos, quien habiendo sido presa del sortilegio de la hechicera no pudo sustraerse a la cándida y en apariencia improductiva hermosura de la muchacha.
Presa de su amor y de su naturaleza fiera, el mago tomó por la fuerza a la frágil princesa, arrastrándola a las profundidades de su oscuro y temible reino.

Alarmada, Cira envió soldados, pero ninguno regresó. El rey partió entonces presa de la furia a buscarla con todo su ejército, pero fue en vano, pues todas sus fuerzas fueron insuficientes para franquear las vírgenes fronteras de los avernos. 

Pronto se supo de mano de los espectros nocturnos que en las profundidades de la tierra, la dulce Liber había contraído matrimonio con el terrible mago, y se conoció del tierno y mutuo amor que tales amantes dispares se profesaban.
 Pero Cira no dejaba de llorar la pérdida de su hija amada y pronto salió por su cuenta a buscarla, atravesando valles, desiertos y ríos, indagando incansable y desorientada. 
Mientras, el rey languidecía a la espera, sintiéndose inútil y abandonado, sin poder soportar por más tiempo la ausencia de su esposa e hija amadas.

Cira encontró al fin el cinturón de su hija que las ninfas, habiéndolo reconocido, arrebataron a un alma en pena expulsada de los avernos.
Desesperada y apretando contra su pecho la única reliquia que de su hija le quedara, la reina se negó a regresar al castillo, y vagó por los campos convirtiendo en cenizas con sus lágrimas prados, bosques y cosechas. 

Alarmado el rey, viendo la desesperación de su esposa, la pérdida de su primogénita y la ruina de los hombres y sus campos, encontró al fin la forma de bajar a los avernos con ayuda de un diablo bien pagado que le mostró un oculto atajo, y allí halló a su hija tiernamente abrazada a su terrible esposo. 

Les habló de lo que estaba sucediendo y la conveniencia de que la joven esposa regresara a  presencia de su madre. 

Volcano no quiso escuchar sus airadas quejas y trató de quemar en la hogueras eternas al arrojado monarca, pero Liber se interpuso. 

Sentáronse entonces los dos hombres a hablar, obligados por la dulce exigencia de la reina del Hades, y al fin llegaron a un acuerdo: La hija volvería junto a su madre,  al cielo abierto de los prados floridos durante la primavera, y regresaría en otoño junto a su amante esposo para gobernar en su compañía la oscuridad de los avernos.

Y es por eso que hoy los prados florecen cuando ella nos visita y que sus flores perecen al verla partir.

(Cuento inspirado en el mito de Proserpina)