Conciliación

El prado de Proserpina


Hoy me levanté insumisa,
 y como la voz del mudo, 
grito por mi paz,
 atizada por el hierro de avivar
 y alumbrada por la ira.


Stefan Gesell

Y es que las mudas voces del mundo nunca oírse pueden, ahogadas bajo el descomunal peso de la justa injusticia, desterradas de sus camas y repudiadas de sus casas, buceando ahora los indignos arrabales tras las murallas de la vida. 

 Y es que son los vivos
 sin derecho a la vida,
 los que respiran sin permiso...
 ánimas que se esconden
 bajo las losas del mundo 
por no ser vistas ni oídas.

Por eso hoy mi voz es suya y clama por la injusticia que desde la comodidad de mi hogar no sienten mis huesos ni mi boca respira.

Hablen pues los mudos y cuenten cómo se les despojara del modesto vestido del derecho a la vida, sin más razones ni rezos, sin más piedad que la de los fríos dineros, que alimentan la beligerante fragua de la ira. 

Ahora, bajo el nivel de la fosa que se vieron obligados a cavar por las noches y a escondidas, lloran silenciosos los lamentos de las ánimas, y aunque vivos aun aguardan el fin de tal desigualdad, que tendrá lugar en el instante en que quienes les repudian
 y ellos mismos, sean reducidos
 a las conciliadoras y homogéneas 
cenizas.