La cajita plateada....








Tengo una cajita, vacía como el aire, que lleno con cosas que me encuentro, cosas que invento y me imagino, que sueño en mis pensamientos errados y encontrados, que dibujo en el agua de tus ojos y que robo de las manos de un lucero. 







 Dentro hay ya guardadas muchas flores secas, otras que aún frescas irán perdiendo su tersura tan intensa, sus rocíos inmaculados de mañanas claras y su aromas como poemas pasajeros.
 Son recuerdos ya viejos..... amontonados en el fondo de mi cofre atesorado de brillante plata repujada que froto afanada y primorosa con paños de rica fibra bordada,  y otros más recientes que con el tiempo se irán ajando y que poco a poco van llenando mi caja de cosas anónimas y sin valor.... de otras únicas y nunca vistas como diamantes bien tallados por artesanos de almas.



Un día hasta cacé la luna y la tomé prestada a su amante engañándola, le hablé mintiendo perversa, diciéndole canciones de irreal inocencia inusitada. Quería tomarla con mis manos, pensé que era un sueño aún no soñado....... y ahora está  ahí guardada entre mis trastos y mis cartas de amor usado. La miré a los ojos fuertemente, la miré directa al corazón desentrañado, y ahora es ella quien me sigue cada noche, quien me busca azarosa para verme asomada distraída e indiferente, a la reja de mi ventana mientras busco su color dorado de noche sureña, embrujada y ausente.


(Charlas con Troylo, Antonio Gala,
 fragmento:)

Esta noche, Troylo, atiende bien, va a empezar una década ¿Te das cuenta? Empezar una década. Son palabras mayores. Los hombres no tenemos una vida muy larga. Nada de lo que vive tiene una vida muy larga: la vida es una historia que siempre acaba mal, porque siempre acaba con la muerte. Y, sin embargo los hombres tenemos la necesidad de parcelar la vida, de trocearla, de marcarla con muescas, hitos, recordatorios, metas. Como si fuera tan inmensa que no pudiéramos mirarla, ni comprenderla, entera. Y es que nosotros somos todavía más cortos que la vida, hablamos con indiferencia de horas, días, semanas, de meses. Cuando hablamos de años nos ponemos ya serios. Cumplimos años, nos dan miedo los años. Celebramos que se inaugure un año y nosotros sigamos con los ojos abiertos. Nos alegramos de que un nuevo año nos ofrezca su pequeña caja de sorpresas, porque eso quiere decir que estamos vivos. A pesar de que la caja esté vacía y seamos nosotros los que debamos tomarnos el trabajo de llenarla de cosas. De cosas confusas: un jazmín tardío, dos o tres atardeceres, alguna carta, la platilla de un caramelo, unas manos entrelazadas, un modo inolvidable de mirar, cierta música, una mañana límpia, el olor a fritanga de una verbena en la mitad de agosto, qué sé yo: la vida. Porque la vida, Troylo, por mucho que se diga no es maravillosa, ni cruel, ni millonaria, ni apasionante, ni terrible. La vida, Troylo, es única, sólo eso. Es sencillamente lo único que tenemos.



Asomada a la reja de mi ventana..... mientras busco su color dorado de noche sureña, embrujada y ausente....