La primavera niña






Como una cascada sobre las sienes
 se nos sobreviene esta primavera fría.

 Una cascada que es de miedo y de esperanza,
 de certidumbre estrangulada y ciertas mentiras.

 Como el caudal del mundo sobre mi mundo,
  sobre la araña se precipita la seda
 de esta mañana limpia. 

Katrhy Nicole


Y es que la primavera es primavera, 
y el sol sigue dibujando el cielo 
de cálido aliento y fuego,
 que sin querer y queriendo, 
 se prende de las paredes grises
 de esta cárcel quieta y vacía. 

Y te quiero, vida, 
porque tu memoria 
mis pecados no retiene,
 y porque viertes sobre mi sombra
 sin cuidado medida o custodia
 tu alforja de ambrosía. 

 Y si cauce no hubiera, 
el descuido tu encontrarías,
 por hallar mi persona errada,
 y por rescatar esta alma 
que es el alma tuya y mía.

Promesa eterna y cierta, 
albor del niño día, 
toma mi mano, besa mis dedos,
 que por tanto se hallaron huecos
 por miedo a perder tu fragancia, 
y de mi amor, su fiel caricia.

Muertos mueren, 
y el sufrimiento se abre las puertas
 de las casas y sus familias.
 Y la tierra traga su alimento
 y todo el llanto de todos los ojos,
 capaces no son de enmendar sus cauces,
 ni las manos todas, eficaces 
en detener tanta hambre de miedo, 
y tanta feria de mentiras. 

Mas como una cascada sobre las sienes
 se nos sobreviene esta primavera niña;
y aunque yo no quiera, el cielo luce hermoso
 y la hierba crece erguida.






La fuga del vencejo



Me marcho hoy mismo de este cuerpo, 
de este alma cansada, y me despido
 de mi sombra y de su recuerdo.
Ligera marcho, y ligera quedo.



Jaroslaw Data


Os dejo aquí en este entierro,
mientras marcho con el aire,
  y a sus alas encaramada beso
 el incansable vuelo del  vencejo.

Sopla el viento entre mis paredes, 
libre como alma y ligero como cielo.

Y mis tres metros de libertad
 se me hacen anchos prados verdes,
se me hacen amaneceres naranjas, 
y anocheceres rosas de lunas caramelo.

Ya no me sirven tus cadenas, 
las mías quiero de terciopelo,
 que no conocen el frío del hierro,
 y no me seducen más tus mentiras,
 ni tus alaridos locos de invierno.

Allá sobre las nubes blancas de mi soledad, 
madre, alfa y omega de todo lo bueno,
 no se puede escuchar tu catecismo, 
ni la ridícula dictadura de tu enanismo
que siembra odio sobre la tierra
que plácida habitaba en silencio.

Libre yo entre mis paredes, quiero, 
y preso tú, entre tus hinojos viejos. 

La habitación de mi alma





Y a pesar de todo,
 las gaviotas vuelan maleducadas,
agitando al viento sus alas finas y osadas;
dibujando requiebros, quebrantando almas, 
y endulzando muy despacito tu linda mirada.






¡Qué bonita es la inocencia! 
¡y que hermosa es tu risa clara!
Mírame, niño, que yo te quiera,
 mírame decirte que tu eres mi plaza. 

Y las flores... las flores, callan, 
abriendo fuerte sus colores, 
destilando lento sus olores, 
amaneciendo suaves la noche larga.

 Ven, jilguerillo, 
ven a posarte ingrávido en mi ventana,
 gorrión de plata y noche, 
golondrina que insistente alquilas 
la habitación de mi alma...