Dos reinos y un cofre ll



Las ceremonias fúnebres se continuaron por nueve días y sus nueve noches...el Monarca Tarso había muerto...


Desirée Dolron

La joven heredera siempre había mantenido una especial relación de intima complicidad con su anciano padre...Él era el rey Tarso, señor del Reino Perdido... y era su amigo, su padre, su hermano...Él había sido su referente y su única familia y había pintado las estrellas del cielo una a una para nombrarlas una a una en su compañía...


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Y aquel día oscuro en que el ángel enviado de la muerte paseaba invisible su amarga copa sobre la estancia, justo aquel día en que el ángulo del  líquido veneno colmaba su horizontalidad forzada, harta de sus exigencias de egoísta moribundo, tras toda una vida de cariño y abrazo continuo, discutieron agriamente.. tan amarga la disputa como el veneno opuesto al alba...
Ella, joven impaciente por vivir, trató de encontrar lógica a los desordenados desvaríos de su padre moribundo, y marchó para conocer el amor prohibido sin saber que nunca más contemplaría aquellos ojos exigentes y amados, aquellos ojos como ventanas turbias que hablaban de un corazón único, valeroso y bondadoso que siempre rebosó caudales de nobleza,  para derramarla sobre las cabezas estúpidas de la gente, de los nobles remilgados, de los súbditos ignorantes y los soldados embrutecidos de espaldas colosales... 

Desiree Dolron
Aquella mañana, cuando regresó furtiva y llorosa, con el alma y los ojos...y las manos, plenas de la pérdida de su amado maldito, de su vástago de Són, de su diablo alado..con la caja de su amor secreto escondida entre las revueltas ropas, fueron las plañideras y los fuegos funerarios de los monjes Abyssales del templo Dedisset los que recibieron su furtivo regreso.


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Esta visión devolvió de repente al aciago mundo real su loca alma secuestrada...Sus pasos se aceleraron torpes e inseguros, asustada como un pájaro amenazado alzó el vuelo presintiendo la eterna ausencia sin adiós, sintiendo su fracaso filial como una soga que tiraba cruelmente de su cuello, y la llevaba ahogada y en volandas hasta el lecho fúnebre en que yacía el cadáver de su sangre amada, de su padre,  su enseñanza, de su esencia pura...muerto en su ausencia, en su abandono, su desencuentro, muerto en el alejamiento de lo que más quería...


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Se arrodilló ante él aplastada por la culpa sin remedio...ya sin lágrimas, sin gestos, sin queja, mirando el aire  imperfecto...Lentamente bajó la cabeza hasta tocar con su frente las frías losas del templo...y así permaneció, sangrando su culpa sin remedio, odiando la causa, odiándose a si misma, al amor, a los locos sueños...al demonio impasivo y bello que la amó mientras el aliento postrero abandonaba la garganta de su padre bueno...Su alma clama fin, fin de todo, fin de nada,  fin a esta pena inmensa, y clamaba negra venganza su corazón de colibrí pequeño...



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Y los nueve días con sus nueve duelos se sucedieron como se suceden nueve años de dolor y soledad caduca, y los monjes Abyssales cremaron el cuerpo y respetaron el alma...
En sus vestidos, aún el cofre de los suspiros de amor sacrílego, labrado por las manos  encadenadas y sangrientas de mil damas Sionas durante sus mil vidas, la prueba de su culpa... Y en su vientre la misma culpa desatada...


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Del Infrareino Són, se podían escuchar los cascos de los caballos  beleforontes y el roce de sus armas sangrientas cayendo sobre las gentes indefensas y confiadas de las fronteras del Reino que, ocupado en llorar a su amado rey no advirtió el peligro...El incontrolable Astúico ya había alzado la espada comandando su inmenso ejército de Vástagos sedientos de sangre y supremacía...Y ya caían despedazados los campesinos fronterizos, acercandose como peste imparable y cobarde bajo la oscuridad de la noche y la bruma de la sangre que turba...