Es mirar fijo a la luz un suicidio diario, un diario ejercicio, un vicio divino que me mata poco a poco a fuerza de colocar sobre mis ojos ladrillos de vida sobre vida, olvido sobre olvido...
Esos ladrillos cocidos en el horno del martirio del llanto y la risa, del amor y el odio, del querer y poder y no poder, para seguir persiguiendo por siempre, hasta el último día extinguido los reflejos irisados de las frágiles plumas del ave del paraíso, esos colores que los dioses usaron para pintar el mundo que veo... y el que imagino en lo profundo.
El mundo desde el suelo es grande y hermoso, plagado de vida que emerge hacia el cielo con alas que animan la sangre de mis ojos...el mundo desde lo más bajo es una bóveda plagada de irisados bordados, dechado de vainicas blancas y dorados puntos de imposibles nombres innombrados.
Pero si te acercas un poco y tocas los colores labrados, ellos mismos te abrazan con abrazos perfumados de pureza empapada del rocío que distraído se ha dormido en las ramas y en los pétalos de la vida entregada que está esperando...Despierta a la durmiente de seda, despierta su sueño de aromas perlados que exhala alientos de bruma, que aspira tus deseos para colmarlos...Despierta tus ojos dormidos a la luz de los labios cerrados a la luz de días nublados tras brumas pesadas que esconden los amaneceres dorados.
Uno entre cientos, entre miles en un mundo rosado, un ser que es un universo en su universo solitario y olvidado...que nace en una mañana sin fecha ni calendario y que muere al poco tiempo otra mañana sin que nadie de ello se haya percatado.