El prado de Proserpina
Se fue y me deja en el pecho una puñalada de amor desabrazado, en el recuerdo, en el aliento entrecortado, en los ojos que quieren rebosarse y no se dejan, en el recuerdo pirograbado.
Se fue y el dolor de su ausencia es físico y mutila la carne lentamente, lentamente como una enfermedad espiral sin remedio.
Pero así ha de ser esta marcha feliz que no tiene remedio, porque es el viaje del fruto que dice adiós a la rama que le dio su ser, como la gota de lluvia que de la nube se precipita para conocer las alturas vertiginosas y apagar la sed de alguna flor ya casi bendita.
Bartolomé Esteban Murillo
Adiós, mi niño de oro, adiós, mi tesoro, cuídate allá a lo lejos que hace frío y estás sólo. Adiós mi bien, vuelve si lo necesitas, vuela de vuelta hasta las lejanías que te llevaron de mi mano a los confines de la vida, al lado oculto de la luna
que no se ve a través
de las gruesas lágrimas
que inundarán ya para siempre
estos ojos.
que no se ve a través
de las gruesas lágrimas
que inundarán ya para siempre
estos ojos.
[Para mis dos soles]
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