La pasarela del cielo
Cuando la sábana del tiempo
se extiendió ante mis ojos,
pude ver de las risas y las ausencias,
las caricias, y de aquellos dulces enojos,
los rastrojos.
Biby Ríos
Nadie puede, nadie pueda regresarte,
tiempo acabado... Nadie quiera siquiera,
pues los sucesos ya terminaron,
vaticinando un futuro más pequeño y más seguro,
anunciando que tus desastres y tus miedos,
anunciando que tus desastres y tus miedos,
que tus amores de aire y tus fuegos
son ahora presa fresca de la memoria
que es frágil y fugaz deterioro.
Allá perezcas, pasado que me vuelves el rostro,
allá a lo lejos quede el acento oscuro de tus abalorios, y en la lontananza se pierdan
los trinos de los pájaros que me enamoraron,
y permanezcan por siempre
sobre tu sacrílego cadáver
las piedras cordobesas que doraron mis ojos.
No hay barca, no hay caronte,
no volverá a amanecer el día
que anocheció color de oro;
pues los recuerdos sólo son
presa frágil de la carne
y la carne, presa es de un licaón
sin rostro.
Mas amanezcan los nuevos horizontes,
escondidos ahora bajos los hinojos,
y amanezcan las nuevas albas
refulgiendo sus colores
sobre las charcas diáfanas
de tus ojos.
Amanezcan las recién nacidas esperanzas
de este alma tan usada, pues ha de quedar
bien alzada la cortina de mi casa
el día que anochezca este rostro.
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