El prado de Proserpina
He construido una cajita de cielo,
un trocito de infierno,
una porción de libertad acotada
y un deseo secreto.
He dibujado un universo finito que es mío y donde nadie más puede entrar. Es un prado de luces y de colores, de aromas y sabor a chocolate y aceituna, por donde al caer la noche se pasea la luna, diciendo adiós al día con su pañuelo blanco... reflejando su figura sinuosa y lenta sobre las lomas de mi sueño, cabalgando sus nubes y bordeando de encajes nácar y azúcar todo este cuento.
Y hay un horizonte,
decidí que debía haberlo,
es violeta y amarillo al caer la noche,
y rosa y naranja es al despuntar
el sol en lo alto del cielo.
el sol en lo alto del cielo.
Nadie puede entrar en mi prado,
pero dentro hay luces y hay sombras,
que dan forma a todas las cosas
e intensidad otorgan a los sentimientos.
Nadie puede entrar,
pero ya están dentro el bien y el mal
que pacen en mi prado verde
desde el principio de los tiempos;
ambos se aman bien y mal,
ambos luchan y retozan,
colorean las nubes y dan de comer
a las espinas de las rosas
y a los pétalos azules de los crisantemos.
También hay tapices de hierba fresca
sobre las dunas doradas que el mar amamanta,
hay pinos e hinojos, amapolas
y cuarzos diseminados en el desconcierto
que yo dispongo y prefiero.
He construido una cajita de recuerdos y de sueños,
de esperanzas y de miedos,
que aún no he colmado...
nunca llegaré a hacerlo.
Y llegará ese día en que no la abra más,
llegará el día del deseado misterio,
el que revele qué hay al otro lado de mi prado;
qué, tras el quinto punto cardinal
de mi privado universo.
de mi privado universo.
2º poema publicado en V Antología de poesía libre Mablaz
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